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SALIR DEL LEVIATÁN

 



El callejón histórico sin salida en que nos encontramos (si por salida entendiésemos alguna que no fuese vertical, “hacia arriba”) no es sino el sumidero temporal al que conduce inexorablemente la modernidad, ese proyecto urdido –al decir de Danilo Castellano- con el fin de negar, velar y sustituir el orden del universo. El veneno mortal ha sido instilado con admirable eficacia en todas, todas las cosas que conciernen al hombre (sociedad civil, escuela, ámbito laboral, lenguaje, etc.), y ya no se puede prescindir del recurso constante al antídoto, so pena de quedar cautiva el alma con todas sus facultades bajo la tupida red que han hecho caer sobre los hombros de los hombres. Se debe vivir en vela, desechando de continuo giros y modismos y máximas emponzoñadas que se han venido soltando como otros tantos señuelos, bajo cuya apariencia inocua late un contenido en extremo inicuo

Ya nos venían acostumbrando al apogeo de la virtualidad, que no virtud: un presente continuo sin referencias netas, a no ser las cuatro o cinco nociones renovables cada pocos años a instancias del bombardeo ideológico, suficientes a evidenciar la insoluble endeblez de las ocurrencias humanas cuando éstas se meten a competir con el datum. “¿Qué tienes que no hayas recibido?”, retumba el reproche paulino. Los modernos antropoides (o siquier los aprendices de brujos que los hibridaron entre vapores de laboratorio que impregnan las circunstancias de los recientes siglos) no se percatan de haber recibido nada: son causa sui, o se tienen por tales. Sin tradición y sin legado, e incluso sin naturaleza específica. La aventura cartesiana, emprendida sin éxito por su autor para liquidar la enfermedad del escepticismo (que entonces llevaba al menos dos siglos de vigencia en las universidades y ya había surtido sus efectos disolventes en política y religión) venía a ejecutar una suplencia fatal, oponiendo un hecho de conciencia (el «cogito») a la intuición del ser. Que, aunque corresponda a una operación abstractiva de la inteligencia, procede a partir de la noticia sensible. La misma noción de «evidencia» reclamada por Descartes remite, como es obvio, a la vista, aunque él fuera ferozmente adepto a cerrar las ventanas.

Esa filosofía de encorvados que apuesta al criterio matemático para alcanzar certeza en cualquier orden de la realidad vino al fin a tiranizar al tiempo y las criaturas. La inducción, el método experimental, la estadística, el manipuleo como de peleles al que se vino sometiendo a la humana grey es todo uno con las premisas puestas antaño con el fin de blindarse ante toda realidad extramental. Incluso si la autorrevelación de Dios como Trinidad había venido a testimoniar la insondable raigambre óntica de la categoría de relación, los mentores de la modernidad, adversarios contumaces de la analogía entis y de toda participación de las criaturas en las perfecciones divinas, prefirieron oponerle la insularidad abstrusa de la crisálida. Modernidad quiere decir desolación.

¿Y qué es la virtualidad tan cacareada sino un vivir “como si”, en una confusión deliberada de impostura con realidad, teniendo como ámbito un teatro siniestro donde aquel célebre reclamo de Píndaro (“sé el que eres”) acaba resbalando en la superficie de tanto bípedo desorejado? Sin dudas, es ésta la suprema paradoja del subjetivismo extremo al que se han venido conformando las conciencias de a tropel: el sujeto huye de sí, en sucesivas mareas centrípetas, para disolverse en el mundo. Porque el egotismo no constituye el verdadero amor de sí, sino un atajo ilícito (o mejor, un desvío fatal) en el camino empinado hacia la bienaventuranza, y acaba en auto-aniquilación.

Este sendero de perdición, afín a todas las modalidades del gnosticismo o contra-tradición, puede afectar a toda una época histórica y enlazar multitudes en su tupida urdimbre. Es en esta sazón cuando se plasma en una política con proyecciones de totalidad. El totalitarismo supone la afirmación orgullosa y exclusiva de la realidad mundana, lo reconduce todo a la política (cultura, enseñanza, ocio, salud) y sella todo posible resquicio que permitiera la irrupción de cualquier factor extrahumano en el todo. Hasta los terrores y las congojas de las muchedumbres son planificados como variables matemáticas del «sistema».

Ingurgitados, como Jonás, por el cetáceo: así se nace en este siglo, y toda la dicha estriba en ser gratuitamente vomitados en playas más apacibles.    

 

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