Nobis quoque peccatoribus («también a nosotros, pecadores») son las únicas palabras del Canon de la Misa que el sacerdote pronuncia en voz alta, audibles por tanto a los fieles. En ellas, a poco de cumplirse el milagro de la transubstanciación, el ministro del altar pide a Dios que nos otorgue siquiera una parte en la compaña de los santos apóstoles y mártires, y enumera a Juan, Esteban, Matías, Bernabé, Ignacio, Alejandro, Marcelino, Pedro, Felicidad, Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia, Anastasia «y todos tus santos, en cuyo consorcio te pedimos nos recibas no por nuestros méritos, sino como dador que eres de indulgencia».
Las múltiples amenazas que se ciernen hoy sobre el cristiano justifican, pues, el volver una y otra vez a esta súplica.