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VOLVER DEL ERROR. LA PESADILLA DEL VANIDOSO

 

 por Dardo Juan Calderón

 

Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada.                                                Mark Twain

                                                                                                                                               

       Arrepentirse de un pecado y rectificarse tiene sus dificultades, pero siempre existe una especie de autosatisfacción en este asunto. El pecado lo hice con toda la intención, es como un hijo, malo, pero mío. Y la rectificación es también mía. Hay como un mérito propio en todo ello. Ser malo no es tan malo como haber sido un zote, porque el malo sabía lo que hacía y el tonto no. Y es por ello que volver de un error resulta mucho más difícil que volver del pecado, porque en ello va nuestro ego arrastrado por el piso, siendo que en el pecado (para más pecado) puede haber hasta cierta jactancia. Ni qué hablar cuando ese error es justamente en aquello de lo que debemos saber por oficio;  mucho peor cuando el error ha sido cultivado como un acierto durante mucho tiempo y,  ya la pesadilla total… ¡cuando nos avisaron – allá lejos y con lujo de detalles - que estábamos cometiendo un error y no hicimos caso! Es más… ¡golpeamos al profeta!

     Por todo esto el error es mil veces peor que la falta dolosa. El hereje es  más dañino que el fornicador, aun cuando el primero lo hizo sin mucha culpa y el segundo con toda conciencia. Pero donde el error cobra una dimensión demoníaca es en la contumacia, donde se hace doloso, y cuando nos atamos al error por salvar nuestro prestigio de hombres sin falla.

   Lo hemos vivido como hijos y lo vivimos como padres. “No hagas tal cosa porque va a pasarte tal otra”,  y que no, y que la hacemos, ¡y nos pasa! ¡Carajo!. Nos agarra bronca contra el bicho de mal agüero que nos malició (¡pobre mi viejita!)  Y buscamos mil razones para demostrar que lo que pasó no fue por la razón que esgrimía el avisador sino por otra muy diferente. Y nada de darle la razón al maldito y dejar claro que fui un imbécil sordo. Mucho mejor “sostenella y no enmendalla”, y si es muy perjudicial la acción,  si te hace perder plata, pues enderezarla pero que no se note que se otorga la razón al buchón.

  El papel del que avisa es casi siempre mal pagado. No hay peor momento que el de decir a quien uno ama “¡Te lo dije, pelandrún!”, nunca se te perdonará haber tenido razón y hasta entenderán que de alguna manera misteriosa fue tu alerta el que provocó la desgracia. (El Wanderero entiende que el modernismo es una reacción necesaria ante el integrismo que lo denunciaba (¿¡!?). La virtud debe ser tibia como él). Este papel lo realizó el Magisterio de la Iglesia siendo de allí el odio que sobre él se ha volcado en todos los siglos y el retraimiento de su función a partir del Concilio, que quiso reconciliarse con el mundo. Por desgracia, decía Bloy, “que el verdadero amor debe ser implacable”.

  Los ejemplos de este vicio moral pueden ser infinitos, casi la historia del hombre, comenzando por todos los profetas apaleados del Antiguo Testamento, por el buen Sócrates, Cristo mismo y todo aquel que en seguimiento de Él sostuvo la Verdad, o la simple verdad en cualquier campo que sea.  

 Tenemos un ejemplo que nos dio el tiempo de pandemia. Y le echo la culpa a la pandemia porque hay muchas cosas que ocurrieron, en otros planos - aún el religioso - justo en ese tiempo. Todas juntitas, una tras de otra. Y la coincidencia es llamativa, pero esto es para otro artículo. Me refiero a Traditionis Custodes, que lo que hacía era convertir el “refugio” del tradicionalismo (Ecclesia Dei) - ¡tan cómodo y monono que se los construyó un turbio vaticano supuestamente conservador! -  en una cámara de gas. Hubo quienes dijeron con todas las letras que la “acogida” de los cobardes rajantes ante la ordenación de Obispos y su consecuente excomunión (Jean Madirán, debo reconocer, terminó aceptando – aunque tímidamente -  su error) hecha por Juan Pablo (¿o por Ratzinger…?) y la posterior permisión excepcional de la Misa Tradicional “extraordinaria” dictada por Benedicto, eran parte de una estrategia para finiquitar la reacción en dos tiempos. Que una vez entrado al corralito tan limpio y pintado veríamos la manga que lleva al matadero. Y llegó el tiempo del segundo paso que cierra la trampa.

     Lo habíamos anunciado - por desgracia – allá en los ochenta y pico.  Perros antiacuerdistas. Pero por más encallados que quedaron no van a reconocer que teníamos razón. Es más, les damos mucha bronca.  Y ensayan nuevas razones que opacan lo evidente. Parece que Benedicto era el policía bueno y Francisco el malo y a pesar del recurso remanido ¡¡lo creen!! No quieren reconocer que una camarilla estable de la burocracia progre vaticana,  hizo la jugada en dos pasos. Comenzando por “algunos” que ponían carita de papito bueno  (vieja astucia, si las hay viejas) mostrando más maldad en la primera astucia que en esta última. Que al fin, toda cuchillada es sincera. Es como si Lenin te diera el permiso “extraordinario” para vivir y tú firmaras alegre el acuerdo con esa “concesión graciosa” que te deja existir, para que Stalin diez años después te la quitara sin que puedas ni quejarte porque lo reconociste dueño de tu vida. El hecho ocurrió y ocurrió tal cual lo dijeron y anunciaron. Pero no. No tuvimos razón. Parece que ellos hicieron lo que era prudente hacer y fueron “traicionados sorpresiva y arteramente”. Lo único que hay que borrar para defender esta versión descabellada en la que parece que fueron sorprendidos, es la voz de todos aquellos que lo anunciaron desde el primer momento, que demuestra que era “la – perdonen la cita remanida - crónica de una muerte anunciada”.


   
Claro ejemplo de este retorcimiento moral nos lo ha dado

hace poquito el doctoradísimo Padre Federico Highton, quien en un artículo de Infocatólica - con la excusa de maltratar a un joven cura lefebvrista - apalea a Mons. Lefebvre y su Fraternidad por haber hecho mucho antes lo que él tiene que hacer ahora. Por haberle avisado lo que se venía y por hacerle pasar el bochorno de evidenciar que estuvo muchos años en el error cuando se supone que era un teólogo de fuste (o creo que sólo filósofo, o peor aún… abogado). 

    Veamos la situación. El Padre Highton, ex Verbo Encarnado, forma parte de una nueva agrupación llamada Orden San Elías, que tengo entendido que celebran la Misa Romana Tradicional (¡le molesta que la llamen Tridentina o de San Pio V!), pero consideran que celebrar la Nueva Misa “sé igual”. Y calculo que son “binorma”.

      Más allá de que podamos preguntarnos ¿para qué arman todo este despelote si “da igual”? ¿No son conscientes de que la Unidad de Rito, por más que lo diga Francisco - que es infalible en el error - es una cosa buena? Y que todas esas liturgias orientales que cita en apoyo de sus variopintas expresiones litúrgicas han sido “toleradas” en la Iglesia por razones históricas bien prudentes y que siendo la excepción no opacan la regla,  sino que resaltan el valor de la Unidad del Rito (San Pio V es quien permite las tradiciones litúrgicas de ¡más de trescientos años!). Resulta que estos pescados, para justificar su ambigüedad, se han hecho cultores de los ritos orientales, tratando la profusión de ritos como un bien en sí mismo.  Pero uno se dice: “Hagamos la vista gorda, no importa, bienvenidos al Vetus, que más vale tarde que nunca. Se habrán dado cuenta que el Novus Ordo era un factor diluyente o desacralizante”. ¡Y no, para nada! ¡Resulta que el Novus fue y es una pinturita!

     Veo que ya adelantan argumentos para defenderse de Traditiones Custodes y enfrentar al monigote (con el “nunca podrá ser abrogada”, que es justamente de San Pio V), y aunque están en parecido predicamento que la FSSPX, tienen que buscarle la vuelta para que ninguna de sus razones le dé la razón a Monseñor Lefebvre y opaque sus pasados. Porque parece que el Monseñor francés era un tipo bastante soberbio que creía que estaba salvando la Iglesia o la Misa (¡¡¡mirá vos el tupé que tenía el Monseñor!!!), cuando lo cierto es que era de lo más inoportuno, pues en aquellos momentos lo que correspondía a un buen y sabio teólogo era:  ser del Verbo Encarnado, jugar a … ( glup! casi se me sale un chiste), dar la misa nueva y acompañar mansos la debacle hasta que ¡recién ahora! hay que salir con lo de la Misa “Romana Tradicional”. Además tenía que ser Highton y no Lefebvre quien lo hiciera. Entiendo que con ese apellido le joda lo francés (¿será algo de la de Nolasco?).

    Porque si con la adhesión al Vetus Ordo le dieran la razón a los Lefes, ni pensar quiero en cómo les quedaría la cara a estos tipos tan sabihondos con todos sus años de críticas, ataques, insultos y sofismas bien armados en contra del Buen Monseñor. Tendrían que reconocer que fueron bastante tontos – y en casos, malos- y pedir perdón. Quizá prenderle fuego a varios de sus escritos (recuerdo el tratado – bien poco original-  de liturgia del Padre Alfredo Sáenz, sazonado con burlas a las viejas costumbres rituales).  Por supuesto que para darse cuenta del error, reconocerlo y pedir perdón, hay que ser medio santo (y tanto no les pedimos). ¡Y jamás intelectual! Porque un intelectual que dice que se equivocó alguna vez, acaba de cavarse la fosa. Es una suerte que tenemos los hombres de negocios a los que reconocer los errores nos hace ganar guita (o dejar de perderla, por lo menos).

     Pero escarbemos un poco más en la contumacia y vanidad de nuestro polemista. Le enrostra al joven curita decir que la Nueva Misa lleva a la protestantización, que es desacralizante, que hace perder la fe y otras linduras. Es cierto que decir estas cosas como las dijeran los Monseñores Ottavianni y Bacci - hace una pila de años - ameritaba la discusión que plantea el P. Highton  sobre si esto o aquello quiere significar estotro: “A ver, saquemos los latines y veamos si son verdad todas estas cosas que auguran estos Obispones (o el curita lefe) que pueden llegar a ocurrir en lejano futuro”. Pero ¡ahora! Estimado doctor…  ¡Después de sesenta años! donde la actividad apostólica de la Iglesia Oficial ha sido casi exclusivamente la misa dominical de Novus Ordo y el 95% de los fieles (por ser bueno) han sido protestantizados, desacralizados , han perdido la fe y,  dentro de las “otras linduras” ¡han sido hasta sodomizados…! (haga memoria) ¡Hombre! Si lo que el joven curita hace no es un dictamen teológico sino una descripción somera y benigna del fenómeno en toda la evidencia de su ocurrencia histórica. ¡Ahí tiene los resultados de esa misa profanada y, ahora más todavía - con la comunión en la mano -  SACRÍLEGA!

      Cuesta creer que se pueda ser tan ciego – o contumaz, como dijimos- para no darse cuenta que la Iglesia, sus teólogos y la gran mayoría de los clérigos (los pocos que quedan) se enfrentan al Misterio de su casi desaparición.  Y que esto se provocó – cuantitativamente, es decir, en el pueblo fiel - con la reforma litúrgica. Que los reformadores – grandes astutos Y PROBADOS MASONES -  lo dijeron con todas las letras y hoy lo repiten. Que los mejores cerebros del siglo pasado lo avisaron a viva voz (menos el cerebro del P. Buela que se ocupaba en hablar mal de los Lefebvrianos mientras celebraba la “cena del Señor”). Que todos hemos señalado el fenómeno de la transformación que produjo el Novus Ordo, tanto Tirios como Troyanos, para alegrarse o entristecerse. Pero el buen Doctor en Filosofía no quiere verlo para no tener que reconocerse cómplice – voluntario o involuntario – de este desquicio. ¡Como lo hemos sido todos de distintas maneras en nuestros medios! ¡No se sienta solo! Menos - siempre es así - el “Santo del Momento”, puesto por la Providencia para que quede una luz, se cumpla la promesa y no perdamos todo. Ese al que él execra y apalea (como debe hacer un esbirro).

     Muy diferente es la honestidad del P. Laguerie (Ex superior del Instituto del Buen Pastor, surgido del Ecclesia Dei) que en reciente entrevista dijo: “La batalla de la Misa católica la ganó definitiva e irreversiblemente Monseñor Lefebvre en los años ochenta..” reconociéndose beneficiario de esta gesta, y luego agregó : “ Sé que todos los sacerdotes que conozco (comenzando por mí) nunca irán a la Misa que ha arruinado a la Iglesia de Occidente, América y en Africa…” (ver en ADELANTE LAFE)

     Pero aún con todas las objeciones que su docta ciencia le sugiere  para contradecir a Monseñor, a su prédica y a su obra; hay que ser muy miope (en la foto de solapa del libro de su autoría que estoy leyendo lo parece, además de gesto terco) e ingrato para no reconocer que fue la gesta de este Obispo la que le da hoy la posibilidad de esta recuperación o reconducción que, a Deo Gratia,  está experimentando al celebrar la Vieja Misa. Me consta que otros miembros de su Orden y allegados religiosos/as, así lo reconocen con gratitud.

    ¿De dónde le nace esa rabia indisimulable que le agolpa la saliva por no escupir los insultos que se le adivinan y que al contenerlos le pervierten las ideas y le envilecen el estilo? Dejando de ser el cura para ser el abogado. (Estoy leyendo su libro sobre las Tinieblas Tibetanas y el estilo es sólo tedioso. El libro es recomendable). ¡Largue las puteadas! no voy a ser justo yo quien se queje de insultos! Me parece mucho más inocente la grosería en la palabra que la perversión en el pensamiento.

    Lo certero es que el joven curita atacado, con su nada original y hasta obvio recuento de lo que hizo el Novus Ordo sobre las pobres gentes, más que  una cuestión doctrinal lo que ventila es una evidencia histórica,  más que un análisis es una descripción de hechos que, para el creyente, hacen suponer sin mucho esfuerzo hermenéutico la ocurrencia de un “signo” finisecular, de instancias sobrenaturales con dimensiones apocalípticas que surgen del novus ordo (como – verbigracia-  ser la causa principal de la “sequía” de la Fuente fundamental de la Gracia que es la Eucaristía, única explicación para una decadencia tan rápida, abismal y horrorosa de la grey cristiana). La cuestión es que  le dio en el ojo al P. Highton.  Y este no se lo puede perdonar. Él no puede haberse equivocado, sino ¡de dónde le vendría toda esa vanidad, toda esa capacidad de desprecio!

    Espero que el cura se sane de tantos prejuicios conservadores y objeciones heredadas en viejas y estúpidas competencias narcisistas promovidas por héroes que resultaron de barro (“La discusión es el nombre que se pone la muerte cuando quiere viajar de incógnito”, decía Donoso Cortés) y cuando celebre su próxima Misa Tradicional (y no se avergüence de lo “Tridentina” ni “de San Pio V”, todos nombres que endulzan y reafirman la cuestión, como también el de “Gregoriana”) la ofrezca por Monseñor Marcel Lefebvre, porque sin él (sin la Providencia del Buen Dios, por supuesto, de la que fue causa segunda), le aseguro que no hubiera sido posible la Orden de San Elías, la que - sin dudarlo - si abandonan por fin el espantoso lastre del Novus Ordo, recibirá del Gran Obispo un poderoso Patrocinio desde el cielo. Pues el combate, aunque parezca imposible, es como dice el inefable Francisco: por la Unidad del Rito. Pero en el Vetus Ordo.

 

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