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LA ESPERA DE LA DEFINITIVA VARIANTE



En habiendo intercambiado pareceres con este o aquel paisano al pie de un árbol, al abrigo de la cruda canícula, nos ha llamado la atención la facilidad con la que habitualmente se incurre en una presunción falsa. Exponíamos, en concreto, que dada nuestra condición de no-inoculados pronto quizás nos veríamos bajo el asedio de crecientes restricciones, incluyendo las tocantes a la circulación y a la compra y la venta. “¡Ah! -soltó una vez uno, como quien diera por obvia la consecuente-. Entonces te vas a vacunar…”. Porque se da por sentado que el más redomón sucumbe ante el hambre y la necesidad, la lógica formal se apremia a estampar el ergo: la defección. ¡Cuál no sería la seña del estupor en aquel rostro, su quijada descolgándose en negros abismos, cuando escuchó la confesión inesperada: “no, no me voy a vacunar”! ¡Al traste con todas las conclusiones musitadas al oído por la prudentia carnis, con los axiomas forjados en el crisol de las pasiones mezquinas, de los criterios mundanos!

La misma situación se replicó con otro quisque cuando hablábamos del caso del tenista Djokovic, quien –como es noto- se quedó sin la posibilidad de confirmar su primado en su deporte por querer pasar por el puesto aduanero sin la constancia de la punzada. Desde luego que no estamos en la conciencia del deportista serbio cuyo nombre de pila (Novak) parecía augurarle este destino, pero siendo manifiesta -al menos hasta aquí- la constancia de su voluntad al despreciar un posible nuevo logro si la condición para ello fuera ceder en una convicción que compromete a la moral personal, nos parece temerario y hasta insultante concluir –como lo escuchamos, ay, con estos oídos-: “se va a vacunar. Si no, tiene que dar por terminada su carrera profesional. Cuando llegue a su casa lo va a pensar y se va a vacunar”. Así de textual, con ese mismo grado de penetración de las conciencias, con esa sorprendente presciencia de cuáles serán las ajenas decisiones.

Es fuerza concluir que este andamiaje esperpéntico montado a expensas de un virus que, según las publicaciones oficiales, ni siquiera ha sido aislado (y en virtud del cual se ha compelido a una mayoría dócil a envilecerse raudamente), urge concluir, decimos, que esta sazón crepuscular y mustia sólo pudo ser alcanzada por el previo adiestramiento de las masas en la renuncia a comportarse con algún adarme de dignidad. La incapacidad de admitir que se pueda recusar un plato de lentejas a cambio de bienes ulteriores e intangibles es la prueba de un estado de espíritu que conoce las múltiples variantes no sólo del covid sino de la estulticia, tal como las tipificó el Aquinate fundándose en el testimonio de la Escritura, y que según el caso puede comprometer la simple inteligencia de la realidad o suponer el embotamiento grasoso del corazón, la parálisis del juicio, la dificultad en reconocer la ecuación que corre entre medios y fines, entre causas y efectos, la incuria en el cultivo de la inteligencia, la credulidad, la banalidad, la torpeza para remontarse por encima de los meros datos sensibles…

Se trata, en suma, de la absolutización del presente y liquidación de la esperanza a instancias de un hic et nunc cenagoso y umbrío. En el retortero de los ideólogos (para quienes la política, la economía y la salud pública son diversas ramas de la zootecnia) no serán ahorrados los sucesivos ensayos de humillación del hombre: del pánico en cadena ante el “enemigo invisible” al taladro subcutáneo con menjunjes experimentales, de la invitación al escarnio y delación de los refractarios al orgullo idiota de vestir un calzón en el rostro.

Una cosa es segura: mientras mareas de simios enhiestos se agolpan en los vacunatorios como a la espera de recibir un similibautismo, los ingenieros de la pandemia ya conocen el nombre de la próxima variante, la fecha de su aparición mundial y el número de ulteriores dosis que, sumadas a las suministradas hasta aquí, harán posible la instauración del paraíso en la tierra. Otra cosa es segura: debemos esperar vivamente la definitiva variante, aquella que ni se sospechan los promotores de todo esto, la del Sumo Juez que llega sobre las nubes a salvar a los suyos y a darles su merecido a los bellacos que vivieron para rechazarlo. Variante, sí, en participio presente y voz activa: «que varía, que introduce variaciones». Porque su lema es «Ecce nova facio omnia».   

 

(NOTA: advertimos a los lectores que desde hace más de un mes venimos teniendo problemas con el mail que consignamos en la página de «Contacto», donde sencillamente no llega lo que se nos envía. La falla parece haber comenzado a solucionarse por estos días. Pero como aún no nos consta que haya habido una solución completa del asunto, de no verificarse la misma estaremos abriendo una nueva cuenta de la que ofreceremos detalles en próxima entrada. Se nos disculpe)  

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