por Dardo Juan Calderón
Siempre me resultó llamativo que el anónimo Wanderer se haya convertido en el “influencer” de sectores católicos conservadores (sedicentes tradicionalistas), castellanianos, de tono más bien tilingo, cultivadores del drink, del rugby y la misoginia. Es más, ha llegado a ser un verdadero “magister” para estas gentes, enredándolos en sus heterodoxias y emprendimientos variopintos que son a todas luces tan distantes de esos talantes. ¡¡Mezclar Bouyer con Castellani!! ¡Y lo compraron…!
Después de la frustrada aventura litúrgico mística con los Monjes Orates, una de las últimas mariconadas del caminante (que los otros festejan como un try (¡¿?!) es que de este ensayo masónico, sociológico, psicopolítico, comercial y marquetinero de la pandemia, se puede concluir que “aquí no ha pasado nada”. Me lo imagino diciendo esto en robe de chambre, calzones de satín y pantuflas, dando clases por zoom sobre la Señorita Prim y recibiendo el sueldo de una universidad socialista en su caja de ahorro. Firme con las citas de su delicado santo patrono, recomienda “resignarse” a la bruma del pensamiento. El asunto es no caer en disquisiciones conspiranoicas ni apocalípticas sobre que habría unos señores (varios de ellos salidos de Oxford) que con todo esto nos están queriendo joder bien jodidos.
Su postura no me causa sorpresa alguna, pues jamás nos representaríamos a este tipo en un combate por nada que no fuera su lugar en la poltrona, y no es él el que nos llama la atención, sino la caterva de imbéciles que le ponen el “me gusta” y encuentran en los comentarios de su blog el lugar para babear unas ideas fáciles, obtenidas en poner pose de intelectual. Pero es un fenómeno que se ha hecho común: ya Juan Manuel De Prada llamaba la atención sobre el carácter sexual híbrido de los líderes de la izquierda – recua de mulas les llamaba- y resulta ser que por los supuestos tradicionalistas va pasando algo bien parecido, el modelo de líder es eunuco y asalariado, con ello tienes patente de intelectual preclaro. Es cierto que estos tienen más tiempo para juntar datos que los que deben alimentar una parva de niños y sobornar a la patrona con algún paseo, pero recuerden que el pensamiento que cobra peso es el que se logra sangrando de amor, sino con estos animalejos es fácil concluir que no pasa nada porque no tienes nada que perder, ni nadie te importa realmente un carajo.
No quiero ponerme a enumerar todas las cosas que han pasado desde la planificada declaración de la pandemia, y que han pasado en todos los planos de la vida social, política, económica, sanitaria y religiosa. Hechos palpables, mesurables, cuantificables y de dimensiones enormísimas, aún por encima de las consecuencias de una guerra mundial. Por una parte no lo hago porque están dichas y probadas por personas más informadas y más inteligentes que yo, y por otra parte porque los que quieren ver ven, y los que no quieren ver no ven ni verán jamás nada. Como los avestruces que meten la cabeza en un hoyo, han dejado el culo al norte a disposición del “sistema” y se entregan “resignados” a lo que éste tenga a bien hacer con sus fondillos.
Sin embargo, una de dos, o hay que estar remachadamente imbécil para no notar que haya pasado “algo”, o ser cómplice de ello de una de las miles o millones de maneras en que los hombres somos cómplices del mal. Y aquí vamos a lo más sensible del asunto.
La malicia de la modernidad nos ha hecho cómplices de su deriva decadente de mil maneras diferentes y según el gusto de nuestros vicios. Avaricia, lujuria, envidia y toda la lista de los pecados capitales se nos han ofrecido en bandeja en un mundo cómodo que, después de las guerras mundiales, abrió sus piernas al hombre económico para darnos un placer que ninguna generación de la historia ha gustado ni soñó jamás experimentar. Que tire la primera piedra el que esté libre de pecado, el que no ha vivido entre algodones y lejos de todo verdadero sacrificio o esfuerzo, y no hay que ser un agudo observador para darse cuenta que todo ese lujo que gastamos y consideramos “eterno”, del que habló Lipovetski, no se origina en el “progreso tecnológico” tan meneado, sino en la explotación, injusticia y abandono de los simples y pobres del mundo; el maltrato, expoliación y abandono más cruel de la historia (bajo la excusa de descolonización), mucho más que la esclavitud pagana pues incluye su genocidio, prostitución y corrupción infinita. Infamia a la que las naciones cristianas permanecieron sordas y ciegas, y sólo fue explotada por el marxismo para alimentar los demonios del resentimiento, la envidia y la venganza.
Pero no sólo el aprovechamiento y la injusticia fueron los causantes de tanta prodigalidad y tantísimo lujo, ya que si fuera sólo eso un equilibrio se mantendría en las economías. Unos llevándose lo de otros - como casi siempre ocurrió – no es tan malo, la plusvalía es un sistema equilibrado, cabrón sí, pero equilibrado. Lo nuestro es mucho peor, la enorme riqueza, las montañas de dinero que han hecho nuestra vie en rose son falsas, o mejor todavía: falsificadas. No surgen del robo (que según el viejo Aristóteles es una forma de adquisición que no rompe la ecuación económica) sino que una vez impuesto el billete, se falsifica al infinito llevando a todos a la quiebra. Estos se reparten entre los invitados a la orgía mientras el resto del mundo espía por las ventanas babeando de envidia, y un día habrá que abrir al sol las cortinas de la Casa de Usher y darse cuenta de que todo esto tendrá que curarse con algo mucho peor que la pobreza, las sanas costumbres adustas o el sacrificio. Mucho peor que la esclavitud. Literalmente un infierno.
Los números no dan para todo ese derroche de la sociedad que tenía a su cargo administrar la civilización y dar el ejemplo al resto de la humanidad, sí, “la Cristiandad”, la que ahora encabeza la demolición moral infinitamente más profunda que la de las anteriores civilizaciones fracasadas de la historia. Al punto que es Roma (¿o Babilonia?) la que encabeza esta declinación infame y satánica, y sabe que debe prepararnos para nuestro destino de traidores - putos súcubos de nuestros enemigos - y lo hace desde sus inmundas nalgas fláccidas y dando el ejemplo.
Ya habíamos dicho que lo de la vacuna, barbijos y toda la parafernalia pandémica eran principalmente símbolos y por supuesto que nadie (salvo Dios y el Demonio) se toma muy en serio estas cosas y creen que uno es un tarado que ve fantasmas. El viejo maestro Alberto Falcionelli decía que aquella canción - “La vie en rose”- le había costado a Francia la derrota y la invasión. Pero hay miles de ejemplos históricos más claros. Viene a memoria aquel “Motín de Esquilache” contra Carlos III de España, quien venía de reinar en Nápoles donde había adquirido las ideas iluministas que trajo consigo, además de varios amigotes que puso en los ministerios, todos napolitanos anticlericales e iluministas (Tarducci, Grimaldi, Esquilache, entre los más destacados). Carlos III apuró la decadencia del imperio con la excusa de la modernización de España y, entre otras leyes, el Marqués de Esquilache dictó un bando (marzo de 1766) que “prohibía el uso de sombreros de ala ancha y copete alto, sustituyéndolos por sombreros de tres picos o tricornios”. El asunto colmó la paciencia de los buenos españoles y produjo el motín – con varios muertos - por el que el mismo Rey tuvo que abandonar la capital un buen tiempo (hasta diciembre) en que fue reinstalado por el Conde de Aranda con nutrida tropa. ¿Eran todos imbéciles? ¿Era un idiota Esquilache por dar importancia a eso, eran idiotas los amotinados por lo mismo? Los que murieron en el motín… ¿eran retardados? ¿O en aquellos tiempos las gentes sabían de la importancia de los símbolos? Sí, aun de un sombrero.
El “sistema” obliga a realizar gestos y conductas de adhesión, aprobación y obediencia a su reinado ideológico (Byung-Chul Han habla de la pandemia como una estrategia de marketing para “fidelizar la cartera de clientes"). Hoy será el arco iris LGTB, mañana el símbolo de la lucha contra el SIDA o el pañuelo verde del aborto, y ya en concreto, esa vacuna experimental y secreta (contra una enfermedad que apenas existe) de aplicación universal, más el carnet internacional que impone, es una solicitud de confianza - de fe – en las instituciones globales e internacionalistas. Quien se niegue a entender esto es un imbécil ignorante, lo sabían bien tanto Esquilache como los amotinados. Y así como aquello fueron jalones no menores de la decadencia borbónica del Imperio Español, son estas medidas jalones importantísimos en la debilitación de la resistencia católica frente al tremendo embate anticristiano - público y declarado - de la Masonería Internacional.
Cuando hablo de “resistencia católica” no hablo de un grupo de presión política, hablo de la rendición personal de cada uno de nosotros a sus símbolos, rendición que anticipa la apostasía buscada y el abandono de nuestros Símbolos.
Dijimos que la modernidad nos busca por nuestros vicios, y ninguno está libre de haber caído en algunas de sus tentaciones. En este caso concreto de la pandemia el católico es atacado en su virtud de fortaleza, en la virtud de “resistencia” ante el enemigo, y no estoy calumniando a nadie al decir que el vacunarse y aceptar como buenas y válidas las medidas sanitarias de esta falsa pandemia es principalmente una acto de cobardía ante el enemigo. Ya sea porque se fue ganado por el miedo a la peste inventada, o por evitar una confrontación que nos saca de la poltrona en que vivimos y nos obliga a incomodarnos. No quiero decir que es esto una expresión de apostasía, sería adelantarnos, pero la decadencia tiene sus escalones y la direccionalidad es clara. No niego además que haya un millón de razones diferentes para ponerse el tricornio - o para ensuciar los gregüescos - y muchas de ellas perfectamente justificables (la del tricornio por caridad me suena un tanto rebuscada, pero en fin… tengo muy poca experiencia en la caridad) ya que en cuestiones de miedo la medida es muy subjetiva (“más tiembla una muchacha frente a un ratón que un torero frente a un toro”), pero lo que resulta insoportable es la excusa.
No quiero caer en aquello de que no hay nada más despreciable que el pecado ajeno, pero es conveniente que los pecados que cometemos sean reconocidos como tales: si es lujuria, es lujuria y si es avaricia, es avaricia, pero… ¿quién dice?: “Padre, me cagué, bien cagado”. Sería bueno reconocer que este embate de psicopolítica nos sorprendió y nos asustó a casi todos, que para eso se hizo y con bastante eficacia. Que muchos se repusieron y que muchos más no pueden salir del susto. Que los que resisten, en todos los casos que registra la historia, son los menos, y que, luego de los mimos de las últimas décadas de vivir el “luxe eternel”, ya casi nadie resiste ni la más mínima incomodidad. Deben saber que nos hicieron retroceder muchísimo con esto, que para el Wanderer “no ha pasado nada” porque viene reculando de mucho atrás, y es más, su actividad y su actitud normal es recular, y no digo que esto sea imperdonable, toda la catolicidad viene reculando a toda velocidad en lo que lleva este siglo de mal vertiginoso.
Al criticado le parece malo que lo destraten por recomendar el tricornio, y nosotros resentimos que nos destraten por el uso del ala ancha, es parte del juego normal de las cosas, no vale quejarse. “Piñas van, piñas vienen, los muchachos se entretienen”, decía el General. Lo que solicitamos es un poco de sinceridad y no tanta justificación: nosotros somos intolerantes, inmisericordes, malvados, un poco chiflados, conspiranoicos, apocalípticos y nada caritativos… ¡seguro!… pero ustedes se han cagado.