Ir al contenido principal

DESPOBLACIÓN, CONTROL, ¿NUEVA TIERRA?



 

Como un fruto maduro del prolongado proceso histórico que condujo a la humanidad por el tobogán del irracionalismo y el emotivismo más primarios, el montaje pandémico vino a excitar aquel cuadro de disonancia cognitiva que la moderna psicología define (palabras más palabras menos) como el cambio de paradigmas y de pautas de conducta urgido por una circunstancia nueva e insoslayable. Si hasta ayer nomás la montonera de bípedos solía jactarse de sus libertades públicas y hasta podía permitirse mirar por sobre el hombro a las generaciones pasadas, pobres reprimidos, hoy acepta sin quejas las imposiciones más abusivas y absurdas (vacunación masiva con sustancias experimentales, uso continuo del bozal profiláctico, restricciones laborales, prohibición de reuniones y, llegado el caso, hasta de velar a los propios muertos) en obsequio a una pandemia cuya existencia pudo comprobarse mucho antes por los decretos de los gobiernos y por el martilleo propagandístico de los medios de masas que por la simple observación del propio entorno vital, que no hubiera sido nunca capaz de reportar tan terrífico escenario. Se comenzó, así, a vivir en una “realidad virtual” superadora con creces de aquel espejismo pseudohistórico por el que los zancudos parlantes se reputaban herederos de todos los progresos y beneficiarios de las máximas prebendas de la evolución ineluctable. Llegó al fin la hora en que una fatalidad imaginaria emitió una contraorden irresistible, y en un abrir y cerrar de ojos miríadas de bon vivants corrieron a encerrarse en sus huecos, anticipando quizás aquel momento en el que se dirá: «montes, caed sobre nosotros;  y vosotras, colinas, sepultadnos» (Lc 23,30).Mucho más que en los terrores del milenario descritos no sin hipérbole por el inquieto monje y cronista Rudolfus Glaber (1047), quien se diera hoy a la tarea de retratar el pánico colectivo en sus signos y  representaciones tendría que poder reflejar un remolino de vivisecciones, cuchilladas y decapitaciones más o menos simbólicas, desatadas por el fraude organizado a los fines de clausurar la historia –si esto fuera posible- por el control de todos todos sus vectores.

La nueva anormalidad tan pregonada vendría, así, a identificarse con aquel «desorden establecido» en imagen consagrada por Mounier. Una sociedad definitivamente metamorfoseada en máquina, en la que una oligarquía de “expertos” ordenara los periódicos ajustes necesarios a garantir la suma de los poderes y los disfrutes de un puñado de sociópatas, a la par que la mera supervivencia del escamondado resto. Este «socialismo del siglo XXI»  supo ser enunciado por el presidente argentino, al tiempo que justificaba la implantación de una cuarentena criminal, con una fórmula tan apretada como cínica: “sólo se trata de vivir”. Id est: la plandemia nos urge a vivir con el mínimo necesario de pulsaciones, a llevar una existencia digamos botánica con tal de no descender al orbe de la materia inerte, a contentarnos con una subsistencia a todas luces subhumana, a sobrevivir infraviviendo. Parece increíble que la nación que vio pulular la raza libérrima del gaucho hoy tenga que habérselas con estos carceleros inverecundos. Y que no se advierta que, en verdad, lo que se persigue al sembrar este conformismo de una vida reducida a sus mínimos umbrales es pasar a la postre la guadaña demográfica, ralear las gentes, aplicar al fin las recetas de Malthus.

Cuando los españoles llegaron a Mesoamérica, ésta había sufrido una reciente y trágica merma poblacional a causa de las guerras entre pueblos vecinos por la posesión de unos recursos  cada vez más escasos. Lo que la plutocracia hodierna ve con inquietud es la creciente voracidad de las masas por aquellos bienes que podrían tenerse ciertamente por superfluos (sobre todo si los usufructuarios son los otros, como viajar en avión por mero turismo, o incluso en automóvil, u obstinarse en vivir hasta los noventa y más años para mayor quebranto de la caja fiscal, etc.), y entiende que, antes de dejar la solución del problema de la obsolescencia en manos de las fuerzas ciegas de la naturaleza o del azar –que podrían volvérsele en contra-, a ella le cabría “conducir” el proceso de saneamiento global hacia unos paródicos “nuevos cielos y nueva tierra” que, en rigor, no se identifican ni remotamente con los anunciados por el profeta Isaías y por Apocalipsis 21,1 ss., sino más bien con la tiranía orbital del Anticristo.

Renovar la faz de la tierra es obra enteramente divina, que nunca humana. Fue posible por la efusión de la gracia, ya consumado el Sacrificio redentor de Nuestro Señor, y lo será nuevamente y en forma definitiva e incontrastable cuando el Crucificado vuelva en gloria a vengar Su causa. La apostasía y la obstinación en el mal pueden allegar una novedad falaz en la vida de las personas y en las sociedades, y el progreso del mal es capaz de alcanzar incluso cotas sorprendentes, de aparente esplendor, como lo demostró en Babel. Pero su ruina es cierta. Porque esta hybris del dominio absoluto del mundo y de las sociedades es ciega y demoníaca y, pese a su pujanza presente, carece de futuro, en tanto que la gloria de Dios es eterna.   

                   

Seguidores

Otros sitios pestífugos