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EL ABSURDO, SÍNTOMA DE LA DECLINACIÓN DE LA HISTORIA



El clima moral favorecido por la democracia liberal moderna hace que el común de los hombres no soporte habérselas con disyuntivas al todo o nada, y que les resulte inexplicable la asociación semántica entre tiempo o historia y «guerra de exterminio». Pero las cosas son como son con desdeñosa prescindencia de la subjetividad de época, y es la realísima noción de finalidad la que informa la conciencia del drama en el que estamos metidos, advirtiéndonos sobre la posibilidad siempre latente de que nuestro fin quede sin alcanzar. En efecto, si no supiésemos de la existencia de enemigos acérrimos abocados a hacernos tropezar (mundo, demonio y carne, según lo consigna la Revelación sobrenatural) la vida perdería todo carácter dramático, y las dificultades propias de la existencia recabarían para sí el único antagonismo reconocible en un hic et nunc sin horizontes. El sentido de nuestros días y nuestras penas sólo puede ser alumbrado por su término final transfigurado, que los atrae como imán, aunque nuestra comprensión de los mismos resulte siempre insuficiente. Videmus nunc per speculum in ænigmate. Porque el sentido de lo temporal viene otorgado por su realización allende el tiempo. O por su metarrealización, si se nos permite el neologismo, advirtiendo que esa res que es nuestra alma inmortal (y nuestro cuerpo susceptible de no menos prodigiosa reanimación final) adquirirá su proporción y talante definitivos, con la glorificación incluso de sus llagas, cuando trasponga la frontera del Reino eterno. Es por esto que el Reino de los Cielos (una de cuyas acepciones es la vida de la gracia) se compara con la diminuta semilla de la mostaza, que alcanza a hacerse la más frondosa de las hortalizas. Se trata de una misma entidad, una misma sustancia que, a través del despliegue de sus sucesivas actualizaciones, alcanza su actualidad definitiva.

Si tuviésemos ojos para ver el destino de las almas tal como Dios lo conoce desde toda la eternidad (lo que nos resultaría sin dudas insoportable: piénsese lo terrible que fue para santos como el cura de Ars o el padre Pío el don del “discernimiento de espíritus”, que se limita a reconocer el estado actual del alma), asociaríamos al réprobo sin más con el absurdo: por mucha que sea la racionalidad con la que éste pudiera conducir su vida, condenarse por toda la eternidad constituye la desmentida más inapelable de todos sus conatos en el tiempo. Pura «pasión inútil», según la conocida expresión sartreana, serían sus afanes y aun su misma respiración. El sentido lo da la gloria, su proyección anticipada aunque inasible. Por eso ponemos nuestra vida, nuestras decisiones y sus consecuencias más todos los accidentes que la determinan como en un “depósito fiduciario”, mendigándole a Dios el don de la perseverancia final que los dotará ya mismo de sentido. Y al cabo «conoceremos como somos conocidos», si por su generosa gracia alcanzamos el término para el que fuimos creados.

Despojado de esta proyección última de todo cuanto ocurre, el hombre contemporáneo no advierte el carácter digamos “fundamentalista” y “totalitario” de la presente guerra: a lo más, está dispuesto a admitir que la lucha por la subsistencia es, de hecho, ardua y que, asegurada ésta, cualquier progreso en su condición de vida conllevará renovados combates. Y a esto se reduce toda su conciencia agonística -lo que, claro está, es de una miopía digna de conmiseración. Descristianizado desde la cuna, arrebatada que le fuera la soteriología que se pasaban de mano en mano nuestros ancestros, hoy tiene ante sus ojos el espeluznante cuadro de la tiranía del mal en la política y en los hábitos y esto le permite conciliar el sueño sin mayores sobresaltos. Cuando no sea que duerme incluso durante su vigilia, sumergida su vida en un sonambulismo que sirve a favorecer la difusión universal de todos los desórdenes. Cuando circula, v.g., la noticia de una licitación pública para la construcción de diez mil penes de madera para la instrucción sexual de los párvulos en las escuelas argentinas, el periodismo en bloque trata el asunto desde una perspectiva púdicamente pecuniaria, hurgando en el probable desfalco o en la adjudicación mañosa del vergonzoso convenio a los amigotes del gobierno. Nadie quiere pasar por mojigato y deplorar el propósito demasiado obvio de promover generaciones de falóforos (es decir, de perturbados que serán incapaces de fundar familias),  y aquello que diez o quince años atrás hubiese motivado una causa por corrupción de menores hoy se rinde al único delito enunciable, el de la malversación del erario.

¿Qué mucho, entonces, que este analfabetismo teleológico capaz de amodorrar a los hombres en una desesperación que no descifran los haga reos de las engañifas de un puñado de poderosos que se reparten el botín del mundo? ¿Por qué, incapaces ya de admitir que su propia salvación eterna está en juego, que el demonio ruge por devorarlos y que, a fuer de “príncipe de este mundo”, es capaz de prestar ingentes recursos a aquellos que ceden a la tercera de las tentaciones rechazadas por el Señor en el desierto (la de prosternarse en adoración ante Satanás a cambio de un poder omnímodo sobre las naciones), por qué, decimos, dejarían de dar crédito a los encantadores de conciencias cuya narrativa hace agua por todos lados, si de lo que se trata es de sobrellevar un cautiverio indefinido a trueque de la mera supervivencia orgánica, suprema de las aspiraciones? ¿Por qué tendrían que dar crédito primero a sus ojos y a su experiencia, que no confirma en  su propio entorno la mortandad a raudales de que hablan los mass mierda (sic), y en cambio trae a menudo a cuento el caso del vecino muerto de cáncer pero catalogado oficialmente como víctima del covid, o de aquel pariente que sufrió un infarto a poco de vacunarse? ¿Por qué no actuarían como aquellos que, en la alegoría de la caverna de Platón, entregados a la comodidad de la ignorancia, tenían como enemigo abominable al emisario de la verdad desconocida? ¿Por qué no iría a cundir el absurdo allí donde, removido el principio de finalidad, el sentido mismo de la orientación resultara suprimido?  

Era pedirles demasiado a estas generaciones, suficientemente aviado el proceso de apostasía en crudo vigor, que se remitieran a las profecías canónicas (siempre escuetas y semiveladas, por lo demás) para dar con alguna clave de interpretación de los hechos en curso. Pero tenían el antecedente muy próximo de las novelas distópicas de Orwell y Huxley, traducidas a todas las lenguas  y reeditadas hasta extenuar la imprenta, para evitar el despeñadero que éstos anunciaban. Y sin embargo, se celebró con cinismo el término ad quem alcanzado, imponiéndole el nombre de «Gran Hermano» a esos repulsivos reality shows en que unos cuantos tontos alcanzan celebridad con la difusión de su vacía intimidad. Faltaba sólo esto: que la globalidad de las gentes fuese en un tris compelida a la prisión doméstica, a no velar a sus muertos, a cubrir su rostro con el bozal del perro, a inyectarse sustancias desconocidas, todo por causa de la difusión de un virus que los mismos organismos oficiales de salud reconocen no haber sido aislado. Y aun esto se logró, casi sin contratiempos.

Las profecías canónicas, en cambio, sirven a confirmarnos a nosotros, católicos. Como cuando san Pablo les habla a los Tesalonicenses de «las ilusiones  capaces de inducir a iniquidad» a aquellos que rechazan la verdad, a quienes «Dios les enviará un poder engañoso para que crean en la mentira, a fin de que sean juzgados todos los que no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la injusticia», lo que entraña toda una distopía imposible de expresar mejor desde una perspectiva bimilenaria. Los tiempos han madurado como una fruta para alcanzar ese término: bastó aislar a la humanidad en su conjunto de toda injerencia finalista para inducirla a un comportamiento impropio de gentes y provocar la embestida de los desenlaces. Pueden quedar unas pocas líneas por escribirse, por profundizar en el horror, hasta que la gloriosa parusía de Nuestro Señor resuelva con el más admirable Deus ex machina la trama angustiosa de los tiempos.   

    

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